(...) Me introduce un dedo en el sexo.
“Ahora quiero que tú te contraigas alrededor de mi dedo. Tienes un
músculo allí, que puede contraerse y aflojarse alrededor del pene. Prueba."
Probé. Su dedo era una placentera tortura. Dado que no lo movía, busqué
de moverme yo, dentro a la vagina, y sentí el músculo del cual me había hablado
abrirse y cerrarse, primero débilmente, alrededor del dedo. Millard dijo:
"Sí, así... Más fuerte ahora, hazlo más fuerte."
Así hice, abriendo y cerrando, abriendo y cerrando. Dentro era como
una pequeña boca, que se apretaba alrededor del dedo. Deseaba cogerlo dentro,
succionarlo, así continué a probar. Luego Millard dijo que habría introducido el
pene sin moverse, mientras yo habría debido continuar a contraerme dentro. Busqué
de aprisionarlo con una fuerza siempre mayor. El movimiento me excitaba y sentía
que habría podido alcanzar el orgasmo en cualquier momento. Pero, luego que lo
había estrechado muchas veces, succionándole el pene, se metió a gemir de
repente, de placer y comenzó a embestir más rápido, incapaz a su vez de retener
el orgasmo. Yo continué con el movimiento alrededor y alcancé el orgasmo a mi vez,
en el modo más maravillosamente profundo, hasta allí abajo, en el útero... (...)