Su lengua describía círculos en mi sexo. Y mis gemidos
aumentaban cuando con los labios presionaba mi clítoris. Creí que estallaría,
pero en ese momento se detuvo, mirándome de forma lasciva y provocadora. Me
tomó por las caderas y me giró. Apoyó su mano en mi espalda y me recorrió hasta
la nuca, haciendo en forma que bajara y dejándome expuesta, abierta a él.
Sin
más preámbulos y cerrando su puño en mi pelo, me penetró. Despacio…, suave…,
haciéndome sentir la dureza de su polla hasta lo más profundo. Mi espalda se
arqueaba y notaba como mi interior se dilataba y contraía recibiéndolo. Bajó
hasta que pude sentir su respiro en mi nuca…, agitado…, extasiado. Susurró a mi
oído: “Me encanta sentirte así…, entregada…, mía…”. Y su mano volvió a tirar de
mi pelo.
Delicada
pero decidida, me separé de él. Sus palabras me habían hecho estremecer, pero
también había despertado mi parte rebelde. Hice que se sentara y que me deseara
viéndome desde abajo. Que me oliera mientras me acercaba, y me alejaba cuando quería
tocarme. Comencé a bajar sobre él hasta empalarme en su erecta virilidad. Llevé
sus manos hasta mi culo, para que acompañara mis subidas y bajadas por su
miembro. Y su boca se dirigió ávida a mis pezones, que lo esperaban…, duros,
erectos. Quise disfrutarlo lentamente pero el perfume de su piel junto a la
mía, ese olor a sexo que invadía todo el ambiente, era más de lo que podía
soportar. Comencé
a aumentar el ritmo de mi cabalgada en tanto que mis uñas le dibujaban la
espalda. Entonces fui yo que acercándome a su oído le susurré: “Me encanta
sentirte así…, entregado…, mío”. Lo sentí estremecer mientras sus puños se
cerraban nuevamente en mi pelo; jalando a ritmo de sus golpes de caderas. Ambos
comenzamos a sentir los espamos que anunciaban el orgasmo. Él sostenía mi
espalda mientras la arqueaba, y entre ahogados gemidos sentí su caliente
esencia invadirme dentro.
Aún
no recuerdo en qué momento o cómo llegamos a la habitación. El amanecer me
sorprendió allí. Al despertar lo ví a mi lado, dormía serenamente boca abajo.
Lo observé por algunos minutos. Decidí levantarme sin hacer el menor ruido. En
puntas de pie fuí hasta el salón, recogí mis prendas y me vestí. Al calzarme
las botas rocé la alfombra y un caliente temblor recorrió mi cuerpo, recordando
la noche apenas pasada.
Antes
de irme, le escribí una nota, sabía no le gustaría pero no podía arriesgarme a
que despertara, no habría podido dejarlo, y ambos sabíamos que eso no era
posible.
“D.:
Fue una noche extraordinaria…
Ahora debo marcharme; ambos
sabemos el por qué.
Disfruta tu estadía en la ciudad,
y espero
podamos vernos, nuevamente, antes de
tu partida.
Un beso.
M.”